jueves, 12 de abril de 2012

Parece que la musa era yo, pero no sé...


            No me quedé tranquila, me pasa que no puedo dejar de leerla una y otra vez, casi de memoria la tengo… y no puedo darme cuenta, no puedo. Es como que hay muchas cosas que coinciden, por más que todo sea muy poético, hay cosas que son nuestras, que tiene que haberse referido a mí cuando las escribió. Pero tampoco puedo asegurarlo, podría ser que no. Y por momentos pienso que igual no importa, que con que me guste, o más, con que sienta que son palabras inspiradas en mí, con eso es suficiente. Porque yo no fui la novia de Neruda, pero ¿eso qué? Cuando lo leo siento que soy yo la de ojos ausentes, ¿me explico? No hay necesidad de ser la musa para que una poesía te conmueva, y no lo digo de cursi, porque a mí se me llega a acercar un hombre con un poema en una tarjeta, y la verdad que no me provocaría mucho gusto. Bah, no sé, no me pasó, pero creo que mucho no me gustaría, que para leer algo que no escribió él, preferiría que me regale un libro, o venga y me lea él mismo, como algo que encontró y pensó en seguida en mí, no sé, estoy diciendo boludeces, ¿no? Porque lo importante acá es lo que me pasa concretamente con este papel.
Y necesito saber, porque yo la recagué la cosa, cuando me lo dio le pregunté si era un borrador, porque no se me ocurrió otra cosa, es que está en manuscrita, y yo suelo escribir a mano, pero después corrijo, y corrijo y sigo corrigiendo, y para cuando ya no sé qué más corregir, lo tipeo. Pero él me dio el papel, así, hoja rayada birome negra, y pensé es un manuscrito, no podía decirle qué opino yo de algo que aún no corrigió, ¿entendés? Como que era invadirlo, meterme con algo que no terminó dándole mi opinión era invasivo, podía interferir en la corrección que hiciera después, y bueno, la cagué. A mí me pareció en el momento que la cosa tomaba un giro imprevisto, que en vez de besarnos él se puso mal, y me dijo que estaba un poco cansado, y de golpe se fue, y yo me dije: acá pasó algo. Y ahí medio recapitulé y me di cuenta que computadora no tiene, No usa. Ni siquiera celular lleva encima, imaginate. Entonces nada, me sentí un poco incómoda, era medio tarde, había viajado todo el día, me fui a acostar, no me daba para agitar ninguna. Y esperé al día siguiente, y como había un sol divino decidí subir, me fui a la montaña, y ya después no volví pero el poema quedó en mi mochila, y ahora lo agarro y lo leo, y no sé, no entiendo, pero me parece que era para mí, que eso que está escrito fue algo que escribió pensando en mí, casi segura estoy, y me quiero matar. No porque sea buena poesía, eso no me importa, aunque es muy linda, o cuando la pienso como algo escrito para mí, me encanta.
Y me acuerdo cuando me la dio, cuando la leí, cuando me preguntó si me gustaba y yo le contesté ¿es un manuscrito, no? ¿un borrador es? Y me siento una insensible… ¿no podría haberle contestado que era hermosa? ¿Hay algún problema con poner cara de “qué divino”?  
Pero ahora por más que siga leyéndola, nunca me voy a enterar, y de última, tampoco importa. O sí que importa, me importa mucho. Al final soy muy tarada, con esto de querer ser inteligente me volví tan estúpida, tan pero tan estúpida, que a veces me da una bronca que no te explico… ¿Lo leerías vos? Por ahí te das cuenta, y qué sé yo, por lo menos me quedé sin un novio pero con una poesía, no sé, ¿te fijás?
Sí, tiene una caligrafía pésima, malísima… pobre, ¿no? 

sábado, 7 de abril de 2012

Dame un segundo Blanquita...


            ¡Ay Blanquita, qué suerte encontrarte! Llamé pero no estaba segura que estuvieras, ¿estás bien vos? Ah, medio engripada, con razón, por eso estás en tu casa, claro, escuchame una cosa querida, ¿viste el mail ese que me mandaste, el del valor de la amistad, con esas imágenes divinas… ubicás cuál? Es tan lindo, tan emocionante, ¿te digo? Me hizo mucho bien, encierran unas verdades, unas cosas tan bellas, que hacen tanto bien, te reconfortan el alma, y vos solés madar esos power tan divinos que a mí me encantan, en serio, son una caricia… ¡Cora! Disculpame Blanquita, un segundo… ¡Cora! ¿Pasó algo? Tengo una muchacha nueva, no sé de dónde las saca Esteban pero trae cada cosa a la casa, esperáme un poquito, no cuelgues. ¿Qué pasó Corita? Estás tirando cosas querida, me poné nerviosa verte así, alcanzame las pastillas, no me mirés así, sabés donde están, traeme dos Corita. Gracias querida. Sí, Blanca, disculpame, pero tengo que estar atenta con esta chica… ahí viene, pobrecita, me trae agua, es buena, tiene voluntad, decir que es tan bruta, pero se educa, de a poco se les enseña. Gracias Corita, ¿qué pasa corazón? ¿Nada? Bueno, andá entonces, estoy hablando por teléfono Cora, no te quedés acá… ¡Cora! Las azules, las pastillitas azules, me trajiste las otras, poné atención, esforzáte corazón. Tomá, llevate estas y alcanzame las otras… ¡no te las tomes, dejalas en el frasco, ¡no las tomés Cora! Perdoná Blanca, pero los primeros tiempos son terribles, tengo que estar en todo, ahí vuelve, parece que tuviera piedras en las piernas, se mueve a 2 por hora, pero bueno, se mueve por lo menos. Gracias Corita, andá ahora, ¡andá Cora! Es terrible, hay que explicarles todo, más duras que una mascota son. ¿Vos sabés lo que pasó el otro día? La vi que andaba nerviosa, no sé bien lo que me explicó porque habla raro, no se le entiende mucho, pero lo que sí, estaba muy alterada, entonces le di una pastilla, que fuerte como es, no le hizo nada, entonces le di otra… ¡para qué! Quedó como drogada, le patinaba la lengua, se chocaba los muebles, la tuve que mandar a acostar. Y no sé si no le agarró el vicio, a veces me parece que me faltan pastillas, que el blister baja mucho, pero bueno, parece voluntariosa, y lo que son las cosas, ¿eh? Con esta muchacha en vez de esconder las joyas, tengo que andar controlando que no me saque pastillas, ¿es gracioso, no? Pero bueno, no quiero hacerte perder tiempo, te llamé por el tema del mail ese tan hermoso, no lo puedo encontrar, ¿me lo volverías a mandar? Porque me crucé con Nélida, y la vi tan mal, tan desmejorada, sintiéndose tan sola, que yo pensé, necesita ese power, lo necesita. Y quise enviárselo pero no lo pude encontrar, ¿te molestaría mandármelo de nuevo? No sé, sobre la amistad, ese que tiene una rosa al comienzo, que se riega, ¿recordás cuál es? A mí me parece que le haría mucho bien, es justo para ella que está en un momento de esos, mirá si andará mal que está gordísima, sí, rellenita, siempre fue rellenita, pero ahora está gorda, yo creo que está muy mal pobrecita. Sí,  gracias, ¡sos un sol Blanquita! Mandámelo que yo se lo reenvío. Y que te mejores querida, cuidate, probá con anís, es bueno el licorcito ese para el resfriado, probá querida… ¡Cora! Perdoná, te dejo Blanquita, después me contás como seguís ¡Te tomaste las pastillas Cora! ¿Qué hacés tirada en el piso? Qué difícil, por dios, así no se puede… 

martes, 3 de abril de 2012

El origen de un príncipe, o la verdad sobre los sapos


            Yo sé que es un garrón comerse un sapo, tengo experiencia, no soy tarada. Pero es creer o reventar: los príncipes no nacen de una reina, salen de un sapo. Tenés que comerte unos cuantos para descubrir que es cierto, que por algo, alguna vez, en algún cuento, mandaron esa historia… ¡Es porque es verdad! Hablo en sentido metafórico, obvio, pero es así. Vos no te vas a cruzar con un tipo divino, perfecto por decirlo de alguna manera, y listo, le dejás un zapatito de cristal tirado en el ascensor y que salga a rastrearte, eso no existe, eso sí que es puro cuento. Primero porque los zapatitos de cristal no existen, y segundo porque las que calzan 37 son muchísimas, lo más seguro es que termine cualquiera de ellas haciéndose la gila y metiendo el pie ahí, donde deberías tenerlo puesto vos. Pero lo más importante: si por una casualidad de esas conseguís un calzado que encaja, te ocupás de estar en el lugar y en el momento preciso en que el joven sale con tu tacón dispuesto a buscar a la mujer que pueda lucirlo, ahí, en ese instante, cuando todo encastra, vas a creer que sos feliz. Y vas a pasearte muy abrazada al bomboncito, orgullosa de que te vean, vas a sentarte en la mesa más llamativa del restaurante más copado, y cuando pidan el plato más exótico y caro de la carta, vas a ver como el bonito que tenés enfrente come con la boca abierta, habla mientras mastica, dice sandeces, cada tres palabras nombra a su madre, y para colmo, sufre de cólicos. Pero suponete que estoy exagerando, que come delicadamente, que paga la cuenta sin que lo notes, que te lleva a su casa en una carroza, y que pasan juntos un tiempito de dicha, ¿cuánto vas a tardar en darte cuenta que es medio tarado? ¿Qué te pusiste el baby doll más jugado de tu vida y él imbécil no se avivó porque daban el boca-river? ¿Qué la madre te odia? ¿Cuánto tiempo, eh? Tarde o temprano vas a tener que admitirlo, vas a intentar negarlo, le vas a fabricar coronas de origami, vas a aprender crochet para tejerle una capa real, vas a justificar lo injustificable, y un buen día, vas a mandarlo a cagar y vas a salir como loca a buscar un plebeyo, ¿sí o no? Porque la reina en realidad es una vieja bruja, y el hijo, nada más alejado de un príncipe.
            Pero ahora hacé el recorrido inverso: te cruzás con un sapo, lo escuchás croar, le ves la piel verdosa, lo calás justo cuando estira la horrible lengua para cazar una mosca, y aún así, decidís comértelo. Después de eso, ¿qué? ¿Algo de ese ser espantoso puede resultarte más desagradable de lo que ya le conocés? ¡Nada! A partir de ahí, si soportás semejante cosa, solamente vas a ver belleza, vas a valorar su voz como si fuera un dulce canto, vas a creer que el verde es tu color favorito y te combina con todo, vas a querer ser insecto para que te coma a vos, y de golpe, sin darte cuenta, el sapo se convirtió en príncipe, ¿entendés?
            Por eso te lo digo, el pibe de la barra te está fichando desde que entramos, ¿y quién te dice?, por ahí es tu príncipe. Yo en tu lugar le entro, no va a ser el primer sapo que te comas, y de última, tenemos más batracios encima que uno más no va a hacer diferencia, ¿por qué no probás? Tampoco es tan grave que mida 1.50 y sea rengo, andá a saber, por ahí se la banca…